Romanos 10:11-13 - Salvación para todo el que cree

Salvación para todo el que cree

Romanos 10:11-13 11 Pues la Escritura dice: Todo el que cree en Él no será avergonzado. 12 Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos, abundando en riquezas para todos los que le invocan; 13 porque: Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo.

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El Apóstol Pablo está tratando de mostrar que la salvación siempre ha sido por fe, remontándose a Abel. Y nunca ha sido únicamente para Israel, ¡una nación que surgió 2000 años después de la creación! La verdad es que Dios no hace distinción entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, o esclavos y libres, en relación con la salvación (cf. Rom. 3:22-23; Gál. 3:28-29; Efe. 2:11-13; 3:4-6). Dios es el mismo Señor sobre los gentiles al igual que sobre los judíos, y otorga Sus dones y riquezas a todos los que lo invocan para salvación (v. 12). Por supuesto, Pablo no pudo haber dicho algo más ofensivo en la mente de los judíos, tanto entonces como ahora. Recordarles que Dios no los posiciona más alto que a los gentiles es abofetear su orgullo, porque se aferran a su superioridad sobre todas las demás naciones y razas. Desde el primer siglo, los judíos han sido particularmente intensos en su resistencia al cristianismo por estar "contra [su] pueblo, [y] la ley" (Hch. 21:28).

Ahora, siguiendo el entendimiento simple de cómo uno puede ser salvo en Romanos 10:9-10, es decir, creyendo en Cristo con el corazón y confesando verbalmente que Él es Señor, Pablo cita referencias del Antiguo Testamento para probar que solo por fe uno puede ser salvo, sin importar la raza de uno. Citando de Isaías 28:16, Pablo dice, hablando de Cristo: "Todo el que cree en él no será avergonzado". Nótese este primer uso de "todo el que" en el v. 11 (usado de nuevo en el v. 13), porque prueba que la salvación no es simplemente para los judíos, sino para todos. Nótese también que "todo el que" cree en Cristo no será "avergonzado", decepcionado o humillado. ¡No habrá decepción para los creyentes! Se les garantiza la antítesis de eso: honor y exaltación.

Lamentablemente, muchos hoy en día se avergüenzan de Jesucristo. Algunos lo reciben externamente, pero luego lo rechazan, poniendo a Jesús en vergüenza pública. Pero nótese: "Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a la ignominia pública" (Heb. 6:4-6; cf. 10:26-28, cursivas mías).

En el v. 13 Pablo hace referencia al profeta Joel, quien dijo: "Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo" (2:32). Una vez más, Pablo señala las Escrituras del Antiguo Testamento para demostrarle a los judíos que la salvación no es simplemente para ellos sino para todos, porque la elección de Israel por parte de Dios fue con el propósito de obrar a través de una única nación para salvar a todas las naciones. Nótese la frase "invoque el nombre del Señor", porque estaba asociado con la adoración de Dios en el Antiguo Testamento (Sal. 105:1; 116:4-5). La antítesis de la frase es notada por el salmista que dijo: "¿Hasta cuándo, Señor? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderán como fuego tus celos? Derrama tu furor sobre las naciones que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan tu nombre“ (Sal. 79:5-6, énfasis mío).

Algo para reflexionar

Cuando vemos la palabra Señor en la Biblia, el término hebreo es Yahweh, el nombre de pacto de Dios. Por lo tanto, "invocar el nombre del Señor" es un clamor al único Dios verdadero, el Hacedor de todas las cosas. Es a través de confesar a "Jesús por Señor", y creer en el "corazón que Dios le resucitó de entre los muertos", que cualquier persona será salva (Rom. 10:9). Él es el único Señor verdadero a quien todos los fieles de todas las generaciones siempre han invocado para salvación y adoración. Invocar el nombre de Jesús como Señor es reconocerlo y someterse a Él como Dios, a Su autoridad sobre nuestras vidas, a Su soberanía sobre el universo, a Sus palabras que guían nuestra sumisión, y a Su gracia que nos salva. Todo lo que debemos hacer es confesarlo como Señor y creer que Dios lo resucitó de entre los muertos.