Romanos 11:1 - Dios no ha rechazado a Israel
Dios no ha rechazado a Israel
Romanos 11:1 Digo entonces: ¿Acaso ha desechado Dios
a su pueblo? ¡De ningún modo!
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En Romanos 9:30-10:21, Pablo reveló por qué tantos judíos no
han respondido a Cristo, y por qué tantos gentiles sí lo han hecho. En Romanos
11, Pablo regresa al tema de 9:6-29 al resumir la historia de la salvación tal
como existía en su día. Claro, Israel había rechazado a Cristo (10:21), pero
Dios no había rechazado a Israel (11:2), al menos no del todo. En su conjunto,
Israel había rechazado la salvación de Cristo debido a sus corazones
endurecidos. Pero entre la nación más grande de Israel existía un remanente
elegido, escogido por gracia, que experimentaría el cumplimiento de todas las
promesas de Dios.
La respuesta a la pregunta de Pablo sobre si Dios había
rechazado a Su pueblo en Romanos 11:1, debe ser precedida primero por lo que
Dios le había prometido a Israel. Su primer pacto con ellos fue a través de
Abram, más tarde "Abraham", quien llegó a ser el padre del pueblo
hebreo, una nación que más tarde se llamó "Israel". Dios se le
apareció a Abram y le dijo: "Haré de ti una nación grande, y te bendeciré,
y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y
al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la
tierra" (Gén. 12:2-3). Una vez que Abram entró en Canaán, Dios dijo:
"Alza ahora los ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte, el
sur, el oriente y el occidente, pues toda la tierra que ves te la daré a ti y a
tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la
tierra; de manera que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también tu
descendencia podrá contarse" (Gén. 13:14-16). Años más tarde, esa promesa fue
reiterada, y se le dijo a Abram que su descendencia sería tan numerosa como las
estrellas, en la tierra de Canaán (Gén 15:5). Seguidamente, Dios solidificó Su
promesa con un juramento que ciertamente cumpliría (Gén. 15:8-21).
La verdad del asunto es que los términos de las promesas de
Dios a Abraham y a su pueblo eran incondicionales—jurados y afirmados por Dios
consigo mismo. Esto significa que nada dependía de la obediencia de Abraham,
porque Dios cumpliría el pacto al pie de la letra, con o sin la obediencia de
Abraham o de su pueblo. Los obedientes experimentarían la bendición, pero su
desobediencia nunca haría que Dios abrogara Su promesa, aclarado más tarde por
medio del profeta Jeremías: "He aquí, vienen días… en que haré con la casa
de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto, no como el pacto que hice con
sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto,
mi pacto que ellos rompieron, aunque fui un esposo para ellos… Pondré mi ley
dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo" (Jer. 31:31-33).
El pueblo judío creía que las promesas de Dios se cumplirían
literalmente, pero debido a su ignorancia deliberada (Rom. 10:2-3, 18) estaban
espiritualmente ciegos e incapaces de reconocer a su Mesías cuando Él vino,
porque Jesús "a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron" (Jn.
1:11). Curiosamente, el rechazo de Cristo por parte de Israel no tomó a Dios
por sorpresa, porque esto era en realidad una parte esencial de Su plan eterno
de salvación para los gentiles. Además, a pesar del hecho de que el rechazo de Cristo
por parte de Israel era el plan eterno de Dios, ¡esto fue elección de Israel!
Como resultado, Dios lo hará responsable. Israel, al igual que todos los
incrédulos, es responsable de la incredulidad.
Algo para reflexionar