El don de profecía

Romanos 12:6: Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe...

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La exhortación de Pablo desde el comienzo de Romanos 12, se refiere a la adoración continua a Dios en vista de Sus misericordias (v. 1).  Los cristianos deben adorar a Dios con sus vidas, negarse a conformarse al mundo que los rodea, ser transformados por la renovación de sus mentes, y mantener una visión correcta de sí mismos mientras funcionan juntos como muchas partes en un solo cuerpo (vv. 2-5).  El cuerpo de Cristo, la Iglesia, tiene muchos caminos diferentes de servicio espiritual, y Dios le ha dado a cada cristiano una inclinación espiritual hacia ciertos servicios, comúnmente conocido como los charismata, o dones espirituales.

En el texto griego, no hay verbos en Romanos 12:6b-8 con respecto a los dones espirituales, pero después de cada don enumerado hay un mandato implícito, una frase calificativa de exhortación a poner el don en uso.  Por ejemplo, el v. 6 habla del don de "profecía", y el verbo implícito (mostrado en cursiva en algunas traducciones) encajaría de la siguiente manera: "Si uno tiene el don de profecía, entonces que lo use en proporción a la fe".

Ser un profeta "en proporción a la fe" significa que el profeta debe asegurarse de que lo que habla esté conforme con lo que cree acerca de Cristo.  "Proporción" (gr. analogia), palabra usada solo una vez en el Nuevo Testamento, se usaba en el período griego clásico antes de la Biblia como un término matemático.  Implicando una cantidad correcta relacionada con lo que está bien, y siendo usado en referencia a la fe de uno, Pablo insiste en que los profetas hablen las verdades de Dios basándose en la fe que se les ha dado en Cristo—la "medida" (v. 3) que les fue dada a ellos y a todos los cristianos por igual.  En otras palabras, cuando profetas como Pablo recibían revelación de Dios, debían enseñarla y escribirla en la medida en que estuvieran seguros de que Dios les estaba hablando.  Para aquellos que están dotados en profecía, incluso después de que se completara la Biblia, su fe se ejercita en la profecía en la medida en que creen plenamente que lo que predican tiene sus raíces en la palabra de Dios, la Biblia.

Los profetas bíblicos escuchaban de Dios y hablaban: "¡Así dice el Señor!".  Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento, todo es hablado por un profeta o un apóstol que tenía el don de profecía—la autoridad para citar a Dios.  Los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento no tenían un Nuevo Testamento por escrito de Jesús, por lo que Dios les hablaba (cf. Heb. 1:1-2), y ellos lo registraban como escritura sagrada inerrante.  Pablo veía muy favorablemente el don de profecía (cf. 1 Cor. 14), ya que la esencia del don siempre ha sido el proclamar las palabras de Dios.  Ahora, con las palabras de Dios habiendo sido completadas en forma escrita, los cristianos tienen toda la palabra de Dios revelada en las Escrituras.  Sin embargo, el oficio de profeta, en lo que concierne a recibir nueva revelación de Dios con el propósito de enseñar a una comunidad de creyentes, ha cesado.  Los profetas de hoy son maestros de la Biblia, predicadores de la verdad.

La Iglesia de Cristo fue edificada sobre el mensaje fundamental de los apóstoles y profetas (Efe. 2:20), y los cimientos solo se ponen una vez.  Ahora, las palabras espirituales de los apóstoles y profetas están edificando el cuerpo de Cristo sobre el fundamento de las verdades proféticas de Cristo.  Aunque el don de profecía, en su modo de predecir, ciertamente ha cesado, como Pablo dijo que lo haría (1 Cor. 13:8), la profecía todavía existe en el sentido de que los maestros y evangelistas hablan las palabras eternas de los apóstoles y profetas de Dios—las Escrituras.

Algo para reflexionar

Hoy en día hay realmente predicadores que no son más que figuras decorativas, porque ni siquiera creen que la Biblia sea verdadera.  Muchos de ellos están en el ministerio porque disfrutan del estilo de vida, la atención, o la generosa paga que pueden recibir.  Estos hombres y mujeres son falsos profetas que venden a Jesús con fines de lucro.  Pero los verdaderos profetas y las palabras proféticas—hablar las palabras de Dios—nunca deben hablar la verdad a la ligera, ni ignorar ninguna parte de la palabra de Dios.  Más bien, con convicción y humildad, los verdaderos profetas deben estar preparados para morir predicando a Cristo y proclamando Sus palabras.