Un cuerpo, muchos miembros

Romanos 12:4-5: Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros.

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El v. 4 explica el v. 3, específicamente acerca de cómo un cristiano se mide a sí mismo con otro.  La verdad es que la Iglesia de Jesucristo es un grupo de personas—un solo cuerpo—que han puesto su fe en Cristo y en Su sacrificio expiatorio de sangre en la cruz para liberarlos de la ira de Dios que está sobre todos los pecadores.  En otros pasajes, Pablo compara este cuerpo de creyentes con el cuerpo humano, que también tiene muchas partes sin dejar de ser un solo cuerpo (cf. 1 Cor. 12).  Por supuesto, el cuerpo humano tiene algunos órganos que son más vitales que otros (por ejemplo, el corazón frente a la vesícula biliar), pero cuando una parte del cuerpo sufre, todas sufren.  Así también en el cuerpo de Cristo, la Iglesia.

En la Iglesia de Cristo está claro que ninguna persona es más importante que otra, porque todos tienen la misma medida de fe salvadora (v. 3).  Sin embargo, todos tienen diferentes funciones y habilidades, sirviendo a Cristo como Dios los ha dotado para servir a Cristo y a Su Iglesia.  Es innegable que Dios ha dotado a cada miembro de la Iglesia de Cristo de diversas habilidades, pasiones, y convicciones—algunas con mayor intensidad que otras.  Al igual que sucede con el cuerpo humano o con un automóvil—los cuales tienen muchas partes pero una sola función principal—la Iglesia de Cristo tiene varias funciones, pero un objetivo global: todas las cosas para la gloria de Dios.  Por lo tanto, todos los dones dados por Dios son para Su gloria.

Ahora bien, aunque Dios ha ordenado que algunos tengan autoridad sobre otros (por ejemplo, los esposos sobre las esposas, los padres sobre los hijos, el gobierno sobre los ciudadanos, los ancianos sobre los miembros de la iglesia), esto no significa que uno tiene mayor jerarquía que otro.  Está claro que los esposos no son más importantes que sus esposas (Gál. 3:28), y los ancianos no son más bendecidos que los laicos.  Por lo tanto, ningún cristiano puede pensar lógicamente más alto de sí mismo que cualquier otra persona en la Iglesia universal de Cristo. Todos son iguales.

Aunque escribiendo a la iglesia en Roma, es probable que ellos se reunían en diferentes lugares, o casas, a lo largo de toda la ciudad.  Aunque se pudieran haber reunido en diferentes lugares, eran una sola iglesia—un solo cuerpo, unificado en Cristo.  A pesar de esto, eran diversos en sus dones, como lo es cada iglesia en cada época en cada ciudad y país.  Por lo tanto, la unidad del cuerpo de Cristo no es incompatible con la diversidad.  De hecho, el cuerpo de Cristo exige diversidad dentro de sí mismo, porque nadie puede funcionar correctamente sin el otro (cf. 1 Cor. 12:15-21).  De hecho, como dice D. A. Hagner: "Cada miembro se beneficia de lo que los otros miembros aportan al conjunto. La reflexión sobre estas verdades reduce la preocupación por el propio don y deja espacio para el aprecio de las demás personas y la importancia de los dones que ellos están llamados a ejercer".

La unidad y la diversidad dentro de la Iglesia universal significa que cuando los cristianos en el extranjero son encarcelados y torturados, la Iglesia local también debe sentirlo.  De la misma manera que la Iglesia funciona unida para dar gloria a Dios, la Iglesia también sufre unida cuando uno sufre.  Dios a menudo usa estos sufrimientos para traer a Su pueblo en unidad.  Ciertamente, ningún cristiano existe solo para sí mismo. Por lo tanto, la Iglesia universal está formada por muchas iglesias locales de todo el mundo, funcionando juntas como una sola. Y una evaluación adecuada de uno mismo es esencial para encontrar el propio lugar dentro del cuerpo más grande de Cristo.

Algo para reflexionar

Pablo preguntó a los cristianos: "¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor. 4:7).  La salvación es un regalo que Dios nos ha dado para que nunca nos jactemos.  Incluso las buenas obras que hacemos nos son dadas por Dios (Efe. 2:8-10).  Si entendemos la salvación correctamente, entonces nos miraremos a nosotros mismos y a Cristo correctamente.  No trates de ser el cerebro de tu iglesia o el corazón, porque ese es el lugar de Cristo, quien es la Cabeza de la Iglesia.  Puesto que nosotros meramente servimos a la Cabeza, hagámoslo con fidelidad y humildad.