El gobierno: un servidor de Dios
Romanos 13:3-5: 3 Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, 4 pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo. 5 Por tanto, es necesario someterse, no solo por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.
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La obediencia a las autoridades civiles no tiene la
intención de hacer daño, porque si las personas en una sociedad simplemente
obedecieran a sus autoridades, no tendrían nada que temer. Aunque hay circunstancias atenuantes en las
que los cristianos deben desobedecer las leyes civiles (por ejemplo, cuando son
contrarias a las leyes de Dios), los cristianos pueden consolarse sabiendo que
Dios ha establecido el gobierno como un medio para imponer su propia justicia y
protección. A lo largo de toda la
historia, incluso las sociedades paganas han sido protegidas por gobiernos
cuyas leyes están destinadas a impedir delitos como el asesinato y el robo.
Aunque el Apóstol Pablo sufrió bajo las autoridades civiles
simplemente porque predicaba la verdad y contradecía los ideales paganos, aún
así estaba muy protegido por la ley romana. De hecho, aprovechó al máximo la protección
que la ley le brindaba cuando salía a predicar el evangelio. Por ejemplo, cuando los habitantes de Éfeso se
alborotaron como resultado de la enseñanza ofensiva de Pablo contra sus dioses
falsos, el secretario municipal que presidía las asambleas populares se dirigió
a la muchedumbre, diciéndoles que si tenían una queja contra cualquier hombre,
"los tribunales están abiertos y los procónsules dispuestos; presenten sus
acusaciones unos contra otros. Pero si demandáis algo más que esto, se decidirá
en asamblea legítima" (Hch. 19:38-39). Más tarde, cuando los judíos trataron de matar
a Pablo después de presentar cargos falsos contra él ante Festo, apeló al César
y fue protegido por guardias romanos. Pablo
no tenía miedo de morir si había cometido un crimen, porque incluso él
reconocía la justicia de eso (Hch. 25:11).
La ley de cualquier sociedad se establece para el bien de la
sociedad. Los que obedecen las leyes no
tienen nada que temer. En los tiempos de
Noé, Dios dijo: "El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre
será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre" (Gén. 9:6). Además, Jesús le advirtió a Pedro que guardara
su espada, "porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán"
(Mt. 26:52).
Pero guardar la ley no es solo para evitar el castigo; es
por "causa de las conciencias" (v. 5). La conciencia del hombre apareció después de
que Adán y Eva pecaron al comer el fruto prohibido. Al hacerlo, ellos vienen al conocimiento del
bien y del mal (Gén. 2:17; 3:1-7). Por
supuesto, lo que ellos hicieron, todos los humanos lo hacen, y es por eso que
toda la humanidad tiene una conciencia, incluso los que no son salvos. Pablo habló de esta verdad en Romanos 2:14-15,
cuando dijo que los incrédulos saben lo que es bueno y lo que es malo
instintivamente a través de su conciencia. Así, cuando el hombre peca, no es que no
conozca la verdad; más bien, es el hombre restringiendo/suprimiendo la verdad
con injusticia, porque lo que se sabe de Dios le es evidente. De hecho, Dios ha hecho evidente Su verdad a
toda la humanidad (cf. Rom. 1:18-32).
Algo para reflexionar
Muchos hoy en día no temen la disciplina de las autoridades, y la mayoría no teme a Dios. Como resultado, nuestras cárceles están llenas de criminales endurecidos. MacArthur dice: "... Aunque las prisiones eran comunes en las tierras paganas de los tiempos bíblicos, hay pocos registros de su uso en el antiguo Israel. Los criminales perdían la vida o trabajaban para pagar/reparar el daño. El simple hecho de encarcelarlos no servía para nada... El encarcelamiento a largo plazo nunca fue una opción bajo la Ley del Antiguo Testamento divinamente revelada. Aunque las prisiones habían sido comunes en Europa durante siglos, no aparecieron en América sino hasta finales del siglo XVIII. Curiosamente, la idea fue introducida por los Quakers, probablemente sobre la base de que el encarcelamiento era más humano que el castigo corporal”.