En sujeción a las autoridades que gobiernan

Romanos 13:1a: Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan.

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Pablo sabía algo sobre el tema de obediencia civil.  En una ocasión, después de ser acusado falsamente de violar la ley y ser puesto en la cárcel de Filipos, en lugar de quejarse por la injusticia de todo ello, él y su compañero Silas pasaron la noche orando y cantando himnos a Dios (Hch. 16:25).  Como ciudadano respetuoso de la ley, contaba con la ley romana para preservar sus derechos, y siempre fue así (cf. Hch. 18:12-17; 21:39; 22:23-29; 25:10-11).

A Timoteo, Pablo escribió "que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad" (1 Tim. 2:1-2).  A Tito, Pablo escribió: "Recuérdales [a los cristianos en Creta] que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra; que no injurien a nadie, que no sean contenciosos, sino amables, mostrando toda consideración para con todos los hombres" (Tito 3:1-2).  Del mismo modo, Pedro escribió a los cristianos judíos diciendo: "Someteos, por causa del Señor, a toda institución humana, ya sea al rey, como autoridad, o a los gobernadores, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen el bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos. Andad como libres, pero no uséis la libertad como pretexto para la maldad, sino empleadla como siervos de Dios. Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey" (1 Ped. 2:13-17).

Las "autoridades que gobiernan" en Romanos 13:1, es una referencia a cualquiera que represente el poder del estado—desde el funcionario de más bajo rango, hasta el presidente, el primer ministro, o, en el contexto de Pablo, el emperador mismo.  Cada persona en todas las épocas, sea cristiana o no, debe estar en sujeción a tales autoridades, dándoles auténtico honor y estima.  ¿Por qué?  Son servidores de Dios, ya sea que reconozcan o no a Dios.  Notablemente, en lugar de usar "obedezcan", Pablo usa "sométase" (gr. hupotassō), porque someterse es más amplio en alcance que obedecer, llamando a los creyentes a reconocer su lugar bajo una autoridad superior.  Los cristianos también deben someterse a los líderes espirituales (1 Cor. 16:16), los unos a los otros (Efe. 5:21), esclavos a sus amos (Tito 2:9), profetas a otros profetas (1 Cor. 14:32), y esposas a esposos (Efe. 5:22-24; Col. 3:18).

El historiador romano Tácito revela que algunos en el Imperio Romano se estaban rebelando contra la autoridad a mediados de los años 50, culminando en una revuelta por los impuestos en el año 58 d. C., alrededor de la época en que Pablo escribió la Epístola a los Romanos.  Mientras los ciudadanos de Roma cuestionaban si debían pagar impuestos, Pablo dejó muy claro a los cristianos que debían hacerlo.  Anteriormente, Dios les dijo a los judíos en el exilio babilónico: "buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al Señor por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar" (Jer. 29:7).  Claramente, dado que el gobierno civil es un orden institucional de Dios, la rebelión contra esta institución es una rebelión contra Dios que lo ordenó.  Esto se ilustra sucintamente en Números 16, donde el liderazgo de Moisés fue cuestionado.  Los que lo hicieron descubrieron de primera mano la gravedad de su rebelión contra el líder nombrado por Dios.

Algo para reflexionar

Romanos 13:1 claramente no es un texto de prueba para matar a judíos bajo la autoridad del régimen nazi en la Segunda Guerra Mundial.  Se trata de respetar a nuestras autoridades gobernantes en la medida en que gobiernan moralmente.  Aunque los cristianos puedan manifestar su oposición al pecado y la injusticia, debemos hacerlo con respeto.  Someterse a aquellos con los que no estamos de acuerdo no es opcional; es un mandato de Dios.  Que nuestras vidas tranquilas y morales, dedicadas a la oración, sean por lo que se nos conoce.  No hay ninguna exhortación en las Escrituras a la práctica moderna en nuestras iglesias, de pelear batallas morales y mundanas con armas ineficaces de la carne. Más bien, que nuestra batalla espiritual sea peleada con las armas espirituales de guerra, aquellas "poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas" (2 Cor. 10:4).