Aparece el Señor resucitado

Juan 20:16-18: 16 Jesús le dijo: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Raboní! (que quiere decir, Maestro). 17 Jesús le dijo: Suéltame porque todavía no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». 18 Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor!, y que Él le había dicho estas cosas.

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Mientras María lloraba fuera de la tumba de Jesús, el hombre que ella pensó que era un jardinero era Jesús, ¡vivo! Todo lo que Jesús tenía que hacer para revelarse a ella era decir una palabra: el nombre de ella (cf. Jn. 10:3-4). Ahora bien, aunque un jardinero común pudo haber conocido a María por su nombre, fue la forma en que Jesús pronunció su nombre lo que lo identificó como su "Raboní" (en arameo significa "mi Maestro"). Como el mar embravecido que Jesús calmó con una palabra (Mc. 4:39), el alma atribulada de María se calmó con una palabra de Jesús. Del mismo modo los discípulos en la orilla del Mar de Galilea en Juan 21:6-7, después de que Jesús les instruyó a echar sus redes al otro lado de la barca, y en la historia de los dos discípulos que se dirigen a Emaús (Lc. 24:31), Jesús transforma la vida de las personas en un instante. Todos estos ejemplos revelan que el reconocimiento de Jesús no sigue un solo patrón.

La gozosa respuesta de María a Jesús fue clamarlo con reverencia y asombro por quién era Él para ella, es decir, su Maestro, su Señor. Pero dada la respuesta de Jesús a ella, ella también debe haberlo abrazado físicamente como lo habían hecho las otras mujeres cuando Jesús se les reveló (cf. Mt. 28:9). Por lo tanto, Él le dijo: "Suéltame...". Primero, notar que Sus palabras no tenían la intención de evitar que ella realmente lo tocara, porque eso contradiría la invitación que Él les dio a los discípulos de tocarlo en Lucas 24:39, junto con el desafío a Tomás de tocar Sus manos y Su costado en Juan 20:27 (cf. Mt. 28:9). Segundo, Jesús no estaba siendo grosero; más bien, Él estaba diciendo algo como: "Aunque todavía no he ascendido a Mi Padre, no tienes que aferrarte a mí como si fuera a desaparecer para siempre en los próximos momentos. Regocíjate conmigo, pero no te aferres a mí como si nunca fueras a soltarte. Ciertamente, Yo ascenderé a Mi Padre, pero tú necesitas ir a decirles a Mis discípulos que esto es así; Yo subiendo a Mi Padre y a vuestro Padre”. Una vez que Jesús ascendería al Padre (v. 17), la relación de ella con Él sería a través de la presencia del Espíritu Santo (cf. 14:16, 26).

Debe notarse que Jesús hizo muchas apariciones físicas después de Su muerte, antes de Su ascensión (cf. Hch. 1:3, 9). Esto fue para que escritores como Juan pudieran afirmar haber sido testigos oculares que habían escuchado, visto, y tocado a Jesús—"el Verbo de vida" que concede vida eterna (1 Juan 1:1-3). Incluso en su Evangelio, Juan afirmó que ver y tocar a Jesús había dejado de ser el medio por el cual las personas llegan a la fe. A partir de ese momento, después de que María, Tomás, y los discípulos llegaron a la fe, la bendición de Dios vino sobre aquellos que creían sin ver (20:29).

Aunque la obra de redención de Jesús ha terminado (19:30), Él todavía tenía trabajo que hacer antes de que el Espíritu descendiera, y Él todavía está obrando. Al decirle a María que fuese a informar a Sus "hermanos" en el v. 16, y al decirle: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" en el v. 17, Jesús incluye a todos aquellos que le han seguido fielmente como Su familia, a Aquel que "no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Heb. 2:11). Después de todo, "cualquiera que hace la voluntad de Dios, ese es mi [de Jesús] hermano y hermana y madre" (Mc. 3:34). Son coherederos con Cristo (cf. Rom. 8:16-17).

Algo para reflexionar

Los discípulos nunca habrían inventado una historia que incluyera a las mujeres como las primeras en presenciar la resurrección del Señor Jesús. En una sociedad en la que se burlaban del testimonio de una mujer (cf. Lc. 24:11, 24-25; Hch. 12:15), el registro bíblico revela un relato increíblemente creíble, un relato que ningún ser humano inventaría jamás. Esta es la historia de Dios; es Historia.