Acéptense los unos a los otros
Romanos 15:7-9: 7 Por tanto, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios. 8 Pues os digo que Cristo se hizo servidor de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, 9 y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia...
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Por lo tanto,
está claro que los cristianos fuertes, al darse cuenta de su libertad en
Jesucristo, reconocen su libertad de comer cualquier alimento, beber cualquier
bebida, y celebrar cualquier día sin sentirse culpables de que de alguna manera
están pecando contra Dios y la Ley del Antiguo Testamento. También está claro
que los cristianos débiles aún no han llegado al punto de comprender su
libertad en Cristo, y todavía están luchando con la comida, la bebida, los
días, etc. A pesar de esto, ambos tipos deben "aceptarse los unos a
los otros" (v. 7). "Aceptar" (gr. proslambanō) es recibir—el
fuerte recibe al débil, el débil recibe al fuerte, amorosamente y sin juzgar,
"como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios". Por supuesto,
no deben aceptar prácticas pecaminosas flagrantes, porque la libertad en Cristo
no es una licencia para pecar; es la libertad de no pecar. Entonces, ningún
cristiano ha de vivir en adulterio, odio, robo, etc., pecados de los cuales
Cristo salvó a Su pueblo. Por lo tanto, estos pecados nunca deben ser
tolerados. Un verdadero cristiano vive por dos mandamientos: amar a Dios, amar
a los demás. Al hacerlo, cumple la ley de Dios en su totalidad.
El v. 8 explica
el v. 7, es decir, que el Cristo que acepta a todos es el modelo de cómo Su
pueblo debe aceptarse unos a otros. Jesucristo, que ha existido por toda la
eternidad, partió del cielo (cf. Jn. 17:5) y se hizo "servidor" (gr. diakonos),
primero, de los circuncisos—los judíos. La razón era “para demostrar la verdad
de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres”. Los
"padres" o patriarcas eran Abraham, Isaac, y Jacob (Gén. 12-50),
porque Dios les prometió la tierra de Canaán (Palestina/Israel), una simiente
(la nación de Israel y Cristo), y bendición eterna. Más tarde, Dios le prometió
al rey David, del linaje de los patriarcas, un reino, una casa, y un trono,
perpetuos (2 Sam. 7:12-16). Por lo tanto, Dios se mostró fiel a los
patriarcas por medio de Su Hijo Jesucristo al convertirse en servidor de su
descendencia—los judíos. Porque el evangelio es el poder de Dios para la salvación
de todo el que cree; del judío primeramente (1:16).
Pero el evangelio
no es exclusivo de los judíos; también es "para que los gentiles
glorifiquen a Dios por su misericordia": "del judío primeramente y
también del griego" (1:16), o naciones (gentiles). Los gentiles nunca
fueron una idea tardía de Dios, como lo indican las Escrituras. Pablo cita
cuatro pasajes para probar esto en los vv. 9-12, y en cada pasaje el término
"gentil" (gr. ethnē) aparece prominentemente:
- En el v. 9, cita del Salmo 18:49 y 2 Samuel 22:50, que representan al rey David
alabando a Dios por sus triunfos entre las naciones, o gentiles, que se
han vuelto sujetas a él.
- En el v. 10, cita de Deuteronomio 32:43, que incluye a gentiles participando
junto con Israel en la alabanza de Yahweh.
- En los vv. 11-12, cita del Salmo 117:1 y de Isaías 11:10 respectivamente, que representan a los
gentiles alabando a Yahweh por derecho propio, esperando en "la raíz
de Isaí" (Cristo) a quien Dios ha levantado para gobernar sobre ellos
también. Por lo tanto, los gentiles encuentran su salvación en Yahweh, el
Dios de Israel, que le prometió a Israel una tierra, simiente, y bendición,
eternas.
- Nótese que las tres secciones de la
Biblia hebrea (Ley, Escritos, y Profetas) se citan para confirmar que Dios
había planeado incluir a los gentiles todo el tiempo.
¿Cómo pueden los gentiles heredar las mismas promesas eternas de Israel? Al
recibir la suprema/definitiva Simiente prometida a Israel, que viene de Israel:
Cristo. Al recibir a Cristo, nos convertimos en hijos de Abraham, herederos conforme
con la promesa de Dios a los padres (Gál.
3:16, 29; cf. Efe. 2:11-22).
Algo para
reflexionar
El toque final de
Pablo en esta sección es una oración de bendición en el v. 13, donde habla del
"Dios de la esperanza", no del Dios de las ilusiones/deseos, sino de
seguridad confiada en Su veracidad en cumplir lo que prometió. Que este Dios de
esperanza "os llene de todo gozo y paz en el creer", una tarea
continua para Dios en Su pueblo a medida que crecemos en nuestra fe, en nuestro
gozo y paz. Esto es para que nosotros, como el pueblo del Dios de la esperanza,
”abundemos en esperanza"—que rebosemos de seguridad confiada de que
lo que Dios ha prometido Él cumplirá. Todo esto vendrá "por el poder del
Espíritu Santo", el que habita en todo creyente de Jesucristo (cf. 8:9-11).