Los cristianos como sacerdotes

Romanos 15:14-16: 14 En cuanto a vosotros, hermanos míos, yo mismo estoy también convencido de que vosotros estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento y capaces también de amonestaros los unos a los otros. 15 Pero os he escrito con atrevimiento sobre algunas cosas, para así hacer que las recordéis otra vez, por la gracia que me fue dada por Dios, 16 para ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, ministrando a manera de sacerdote el evangelio de Dios, a fin de que la ofrenda que hago de los gentiles sea aceptable, santificada por el Espíritu Santo.

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Al no haber plantado la iglesia en Roma, Pablo no quería asumir una autoridad sobre ellos que no reconocerían. Por lo tanto, nunca los reprendió, sino que los animó como a su hermano en Cristo. A pesar de sus preocupaciones con respecto a su unidad, estaba "convencido" de su "bondad", es decir, de su moralidad, bondad, y generosidad hacia los demás. Además, sabía que estaban "llenos de todo conocimiento", y por lo tanto equipados para "amonestarse los unos a los otros". "Amonestar" (gr. noutheteō) sugiere consejo y exhortación. De modo que el conocimiento que estos cristianos poseían los calificaba para unirse unos a otros, incluso con aquellos que no poseían "todo conocimiento" como ellos lo tenían. Por lo tanto, el consejo de Pablo fue que se amonestaran unos a otros regularmente.

Habiendo escrito cuidadosamente lo que hizo sin sugerir que estos cristianos estaban viviendo en pecado (como lo hizo con los corintios y los gálatas), en el v. 15 Pablo sí admite haber escrito audazmente, con atrevimiento, simplemente para recordarles a sus hermanos y hermanas en Cristo sus deberes como creyentes. Pablo sabía que incluso los cristianos más astutos necesitaban ser recordados continuamente de lo que ya sabían y de cómo debían comportarse. Por supuesto, hablar con valor/atrevimiento acerca de estos asuntos caracterizaba plenamente a Pablo. Su compañero de viaje, Lucas, habló de Pablo como "hablando con valor en el nombre de Jesús" (Hch. 9:27). Esto también fue cierto en Galacia (13:46; 14:3) y en Éfeso, donde razonó y persuadió a otros acerca del reino de Dios (19:8) y acerca de todo lo demás también.

Pablo dijo que su valentía/atrevimiento al hablar era "por la gracia" que Dios le había dado (15b). Por supuesto, Pablo habló lo que hizo debido a la gracia salvadora de Dios en su propia vida, pero en este contexto la "gracia que me fue dada por Dios" era su autoridad apostólica y su encargo de proclamar el evangelio. Romanos no fue escrito como el credo personal de Pablo por razones personales; más bien, él se veía a sí mismo como "siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios", de quien y por quien había "recibido la gracia y el apostolado" (Rom. 1:1, 5). De hecho, se consideraba a sí mismo "el más insignificante de los apóstoles", pero "por la gracia de Dios" dijo: "soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana" (1 Cor. 15:9-10). La gracia de Dios en la vida de Pablo, por lo tanto, fue que él fuera un "ministro" o siervo de Cristo a los gentiles. ¡Y así fue!

La iglesia en Roma estaba compuesta en su mayoría por gentiles, y Pablo era el apóstol de los gentiles (11:13). Se llamaba a sí mismo "ministro" (gr. leitourgos)—un término griego general utilizado para los funcionarios públicos (cf. 13:6). El Nuevo Testamento lo usa con mayor frecuencia para aquellos que sirven a Dios en adoración pública (Lc. 1:23; Fil. 2:17; Heb. 1:7, 14; 8:1-2, 6). Por lo tanto, su ministerio a los gentiles era "a manera de sacerdote", porque Pablo se veía a sí mismo correctamente como un mediador entre los gentiles y Dios, predicándoles el evangelio de Cristo para su salvación. De hecho, Pablo veía a sus gentiles convertidos a Jesucristo como su ofrenda a Dios, "aceptable, santificada por el Espíritu Santo"—un sacrificio vivo.

Algo para reflexionar

A todos los cristianos se les ha dado la gracia de Dios—gracia que no se nos ha dado simplemente para nuestra salvación personal, sino que, al igual que Pablo, gracia que nos da licencia para animar a otros creyentes, instruirlos, y recordarles su salvación en Cristo. Nadie necesita un título de consejería para instruir, porque Pablo reconocía que un entendimiento completo del evangelio era suficiente para eso. Y no tenemos que preocuparnos por repetir lo que la gente ya sabe. ¡Simples recordatorios pueden ser muy convincentes!