Salmo 13:1, 3, 5, 6 --- ¿Esperarás a Dios?
Salmo 13:1, 3, 5, 6: ¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre?... Considera y respóndeme… no sea que duerma el sueño de la muerte... Mas yo en tu misericordia he confiado... Cantaré al Señor.
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Cuando nos dirigimos a Yahweh en oración, nos dirigimos al
Único, al Eterno Dios, al Creador del tiempo y a todo lo que ha sucedido o
sucederá en el tiempo. Yahweh es, por tanto, soberano sobre todas las cosas. En
cuanto al tiempo, Él está fuera de la esfera del tiempo, por lo que Él es
paciente en esperar que Su plan se desarrolle tanto dentro como fuera del
tiempo en la eternidad. Con esto en mente, suena extraño que un hombre finito
que vive en el tiempo, le clame al Dios eterno, diciendo: "¿Hasta
cuándo?" ¿Oh Ser eterno? ¡Lo que es aún más irónico es cómo este hombre,
habiendo sufrido solo por un período de tiempo finito, se queja ante el Dios
eterno de haber sido olvidado para siempre por el mismo Dios que no puede
olvidar y que es el único que ha existido por la eternidad! En verdad, el
salmista era conocido desde antes de su propio nacimiento, incluso antes de la
fundación del mundo (1
Sam. 13:14; cf. Efe.
1:4; Apo.
13:8; 17:8).
Por lo tanto, es imposible que el Dios eterno olvide lo que ha estado en Su
mente por la eternidad. Dios no olvida nada, porque todas las cosas son parte
de Su creación y plan en desarrollo.
Pero el salmista no se dirige a Yahweh principalmente para
afirmar Su eternidad; más bien, se dirige a Él debido a su propia mortalidad. Sintiéndose
como si hubiera sido olvidado "para siempre" es simplemente una
hipérbole que los humanos usamos cuando sufrimos durante períodos prolongados
de tiempo. Si estamos acostumbrados a una vida cómoda y desprovista de pruebas,
cuando llegan, un mes parece una eternidad (como si supiéramos cómo realmente
se siente "para siempre"). ¡Pero ese es el punto! Los sufrimientos
prolongados son los que atraen a los santos de Dios a la oración, a la
alabanza, a la adoración y, en última instancia, al alivio de nuestras almas
atormentadas. Son nuestras debilidades las que Dios intenta fortalecer a través
de nuestros sufrimientos. Cuando el Apóstol Pablo pidió en tres ocasiones
alivio de lo que fuera que lo atormentaba, la respuesta de Dios fue: "Te
basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad" (2
Cor. 12:9).
Sin embargo, hay momentos que, como hemos llegado al límite esperando
que Dios nos libere de nuestras pruebas, intentamos manejar las cosas por
nuestra cuenta. El rey Saúl es un buen ejemplo de esto. En 1
Samuel 10:8 el profeta Samuel le dijo explícitamente a Saúl que bajara a
Gilgal y lo esperara siete días. En ese momento, Samuel, siendo sacerdote,
vendría y ofrecería el sacrificio a Dios antes de que Saúl fuera a la guerra
contra los filisteos. Sin embargo, mientras Saúl esperaba hasta tarde el
séptimo día, sus hombres comenzaron a irse, y Saúl se asustó mucho. Entonces,
en lugar de esperar hasta el final cuando Samuel iba a llegar, Saúl, siendo de
la tribu de Benjamín, decidió ofrecer el sacrificio él mismo—un pecado atroz en
Israel si no eras descendiente de Aarón, de la tribu de Leví. Luego, tan pronto
como Saúl ofreció el sacrificio prohibido, Samuel llegó a la escena y lo
reprendió severamente. Si Saúl simplemente hubiera esperado pacientemente y no
hubiera tomado el asunto en sus propias manos, el reino de Israel habría estado
seguro en sus manos. Pero ahora le sería arrancado. ¿Por qué? Simplemente
porque no esperó a Dios y actuó por su propia autoridad.
El ejemplo de David en el Salmo 13 muestra hasta dónde llegará el Dios eterno para rebajarse y atender el sufrimiento y el dolor de Sus hijos. Solo aquellos que conocen a Yahweh por Su nombre—que conocen a Dios como su Señor y Salvador—se esforzarán por buscarlo cara a cara como lo hizo David. Dios escucha los llantos y dolores de Sus hijos, condesciende a consolarnos cuando lo buscamos, y transforma nuestra angustia en gozo con Su presencia. No hay mayor ejemplo de esto que cuando Dios se hizo carne (Juan 1:1, 14) en la persona de Jesús de Nazaret. El Dios eterno tomó la forma de un hombre, entró en la esfera del tiempo y del espacio, y sufrió como todos los hombres. Luego murió la muerte de un criminal común, tomando el dolor y la fuente del dolor, el pecado, sobre Sí mismo para librar al hombre de éste por medio de la fe. Jesús es por ende "Dios con nosotros" (Mt. 1:23), y siempre está con nosotros incluso hasta el fin de los tiempos (Mt. 28:20). Él nunca nos dejará ni nos abandonará (Heb. 13:5; cf. Deut. 31:6, 8; Josué 1:5). ¡Eso es algo de lo que alegrarse; eso es algo sobre lo que cantar!