Salmo 19:7-11 --- La Palabra perfecta de Dios

Salmo 19:7-11: La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos; 10 deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, más dulces que la miel y que el destilar del panal. 11 Además, tu siervo es amonestado por ellos; en guardarlos hay gran recompensa.

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La revelación general de Dios se encuentra en Su creación de todas las cosas—desde el sol hasta la luna, las estrellas, la tierra y su contenido. El salmista alaba a Dios por Su revelación general en 19:1-6. Ahora en los vv. 7-11, el salmista habla de la revelación especial de Dios en las Escrituras, usando seis términos para describirla: ley, testimonio, preceptos, mandamiento, temor, y juicios. Pero notar que en estos cinco versículos el escritor pasa de usar el término hebreo "El" (Dios), una designación que habla de Su fuerza y poder, a llamarlo Señor—Yahweh—el nombre del pacto de Dios (Éx. 3:13-14). El salmista se refiere en estos pasajes a la revelación específica de Yahweh sobre Sí mismo, en forma escrita y hablada, es decir, la Escritura.

La primera designación de la revelación especial de Dios es "la ley del Señor". El término hebreo para "Ley”, "Torá", generalmente se refiere a cualquier instrucción de Dios. Debido a que esta instrucción es "perfecta", es responsable de restaurar “el alma". Por lo tanto, la Torá preserva las vidas de aquellos que la estudian y la obedecen, porque al conocer la Ley de Dios son capaces de evitar pecar contra Yahweh.

Un segundo término para la revelación específica de Yahweh, es "testimonio" o "estatuto" (heb. edut). Quiere decir "testigo", y a veces se traduce "pacto" (cf. 25:10; 132:12). El salmista dice que "el testimonio del SEÑOR es seguro, que hace sabio al sencillo". Debido a que la Escritura es dada por Dios, es confiable y sin error; por lo tanto, educa a aquellos que son ignorantes de los detalles del carácter de Dios.

En tercer lugar, la Palabra de Dios es asemejada a "preceptos" en el v. 8, que es sinónimo de testimonio o estatuto. Estos preceptos son "rectos"—no equivocados—y por lo tanto son responsables de alegrar “el corazón" de aquellos que los leen y les prestan atención. El punto parece ser que, para los sencillos que son iluminados por la Palabra específica de Dios en las Escrituras, ellos reciben una sensación de satisfacción alegre al ser educados en los detalles "rectos" del Creador del universo.

En cuarto lugar, la palabra de Dios es llamada "mandamiento". Aunque es sinónimo de los otros términos que usa el salmista, este término también designa todas las cosas ordenadas por Dios. Éstas son a la vez "puro" y "alumbra los ojos". Derivado de la naturaleza moral y ética de Dios, los mandamientos de Dios están destinados a proteger a Su pueblo del peligro, y a dirigirlos a la adoración adecuada.

En quinto lugar, la Palabra de Dios se llama "temor del Señor". Esto puede reflejarse en el monte Horeb cuando Dios le dio Su Ley a Moisés, y evocó el temor de los israelitas mientras se inclinaban asombrados ante lo que presenciaron (Deut. 4:10). Este sinónimo de la Ley de Dios es "limpio, …permanece para siempre". Por lo tanto, puesto que no hay nada inmundo acerca de Dios, y puesto que Su Palabra refleja Su naturaleza eterna, Sus Palabras son atemporales y aplicables a todo. Provocan asombro temeroso en los que escuchan.

Finalmente, a la revelación específica de Dios de Sí mismo se le llama "los juicios"—leyes que denotan decisiones divinamente ordenadas, y son "todos ellos justos". Ninguno de los juicios de Dios es erróneo o incluso puesto en duda, aunque el hombre pueda cuestionarlos. Estos juicios, al igual que Él, son justos.

Lo que es evidente es que la Ley de Dios y la Palabra de Dios son uno y lo mismo. Y el Evangelio que Él reveló a través de Su Hijo Jesucristo no es diferente. La Palabra de Dios es mayor que la más fina riqueza, y más dulce que la miel más dulce. Por lo tanto, tener y conocer la Palabra de Dios es el mayor de los privilegios. Nos llama al cumplimiento del deber, nos advierte del peligro, y nos recuerda el amor interminable de Dios. Sus siervos son y serán recompensados por conocer y acatar Sus Palabras eternas.