Hebreos 2:11-13 — El Santificador y los santificados
Hebreos 2:11-13 — 11 Porque tanto el que santifica como los que son santificados, son todos de un Padre; por lo cual Él no se avergüenza de llamarlos hermanos, 12 diciendo: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te cantaré himnos. 13 Y otra vez: Yo en Él confiaré. Y otra vez: He aquí, yo y los hijos que Dios me ha dado.
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Mientras estaba en la cruz, Jesús no solo sufrió de parte del
hombre, tomando el castigo del pecado sobre Sí mismo, el v. 11 agrega que Su
muerte también "santifica" (gr. hagiazō) a Sus hermanos, aquellos que
confían en Él. "Santificar" es apartar; hacer santo. Ahora bien, la
imagen de santidad para los judíos estaba ligada en su templo con ciertos
hombres, varios vasos, y días designados que eran santificados de todos los
demás. Jesús, el autor de la salvación, al morir en la cruz, preparó el camino
de los creyentes a la gloria y los "santificó"—apartándolos. Al
hacerse hombre y sufrir como hombre, pero sin pecado, Jesús se hizo uno con la
humanidad. Como resultado, los humanos y Jesús son de la misma familia,
compartiendo el mismo Padre, ya que Dios ordenó tanto al Santificador como a los
santificados. Está claro que Cristo vino a santificar a los creyentes (1:3),
y al hacerlo nos apartó para el uso de Dios. Por lo tanto, los creyentes son
limpiados para servir a Aquel que los santificó, Jesús. Es por esta razón que
Jesús no se avergüenza de llamar a Sus santificados "hermanos".
En particular, aunque Jesús dijo que los que hacen la
voluntad de Su Padre son Sus hermanos, hermanas, y madres (Mt.
12:50; Lc. 8:21), Él nunca llamó directamente a nadie Su
"hermano" sino hasta después de Su resurrección (Mt.
28:10; Jn. 20:17). Antes de que pudiera hacerlo, tuvo que pagar el precio
por la salvación de ellos. Jesús tuvo que sufrir y probar la muerte en Su
humanidad antes de llamar a alguien "hermanos". Pero ahora que puede,
cuando nos llama "hermanos", significa nuestra completa redención.
Ahora, para validar su punto, el escritor cita una vez más
de las Escrituras judías, tanto un Salmo como un profeta. El v. 12 cita el Salmo
22:22, un Salmo que anticipa al futuro Mesías. Jesús mismo citó sus
palabras iniciales mientras colgaba de la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?" (Mc.
15:34). Además, en el Salmo 22:18 dice: " reparten mis vestidos entre
sí, y sobre mi ropa echan suertes"—lo cual se cumplió 1000 años después
por los soldados romanos mientras Jesús colgaba de la cruz (Jn.
19:24). Entonces, cuando el autor de Hebreos citó el Salmo 22:22 diciendo:
"Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te
cantaré himnos", se imagina a Jesús poniendo Su completa confianza en Dios
Padre durante el momento más horrible de Su vida como hombre—¡y el momento más
oscuro de la historia humana! Al hacerlo, Jesús hizo hermanos a los pecadores,
¡y se regocijó! Fue en esa hora oscura que Jesús trajo a Sí mismo a humanos
pecadores como "hijos" (2:10,
13), y como "hermanos" (vv. 11-12).
El autor de Hebreos también citó a Isaías
8:17-18 en el v. 13, cuyo contexto también es de gran esperanza durante un
tiempo de profunda desesperación. Porque mientras Dios tenía Su rostro apartado
de Israel debido al pecado, Isaías dijo: "a él esperaré", mientras
estaba entre sus dos hijos, 725 años antes, Maher-shalal-hash-baz y Sear-Jasub,
hijos que fueron nombrados por la esperanza de Israel (Isa.
7:3; 8:3). Estas citas muestran que cuando los creyentes se regocijan en
medio de la desesperación, revelan su unidad con Cristo en Sus sufrimientos a
través de la fe. Así son santificados por Él.
Algo para reflexionar
Con demasiada frecuencia, los cristianos estamos
completamente contentos de vivir muy por debajo de nuestro potencial
espiritual. Si Dios nos hizo santos, entonces nuestras acciones deberían
reflejar esto. Los santificados (es decir, los cristianos) deben reconocer que
Cristo nos ama y brilla a través de nosotros. Nuestro comportamiento será
revelador. No deberíamos dedicarnos a la tarea de gastar enormes sumas de
dinero en nuestras propias indulgencias mientras que al mismo tiempo ponemos
escasas cantidades de dinero en la ofrenda de la iglesia. Nuestro tiempo
también debe ser apartado. Los creyentes que reservan horas de ocio y semanas
para las vacaciones, pero que reservan poco o ningún tiempo para asistir a la
iglesia y al ministerio, difícilmente pueden jactarse de ser santificados en
ningún sentido práctico. Tenemos el potencial, pero con demasiada frecuencia
permanece inactivo/dormido dentro de nuestras vidas egoístas.