Hebreos 2:16-18 — La ayuda de Jesús para la descendencia de Abraham

Hebreos 2:16-18 — 16 Porque ciertamente [Dios] no ayuda a los ángeles, sino que ayuda a la descendencia de Abraham. 17 Por tanto, tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo. 18 Pues por cuanto Él mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

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En ninguna parte de toda la Escritura se ve a Jesús ayudando a los ángeles. No hay doctrina en las Escrituras que se acerque siquiera a enseñar que Jesús vino a salvar a ángeles, a servirlos, o a redimirlos. Por el contrario, la enseñanza en Hebreos 1-2 no solo se refiere a la superioridad de Jesús por encima de los ángeles, sino que también se centra en Su interés por la humanidad. Él vino a la tierra y por ende fue "hecho un poco inferior a los ángeles" (2:9) para que pudiera empatizar con la humanidad, sufrir por la humanidad, probar la muerte por la humanidad, y resucitar por la humanidad. Así que Jesús vino a ayudar a la humanidad, no a los ángeles. Pero, ¿vino Jesús a salvar a toda la humanidad? La respuesta es que Él vino a morir por toda la humanidad, pero Su muerte "ayuda" solo a la "descendiente de Abraham", es decir, aquellos que creen y confían en Jesús de Nazaret como el Cristo (Gál. 3:29).

Comenzando en Génesis 12:1-3, 7 Dios llamó a Abram (más tarde llamado Abraham) e hizo un pacto con él. Le prometió a Abram la tierra desde el río en Egipto hasta el Éufrates. Dios también prometió bendecir a Abram y a todos los que lo bendijeran. Pero también le prometió a Abram un "descendiente" (gr. sperma), o semilla/simiente. Los dos primeros hijos de Abram fueron Ismael e Isaac. Al pasar por alto a Ismael, Dios bendijo a Isaac que tuvo hijos mellizos: Jacob y Esaú. Al pasar por alto a Esaú, Dios bendijo a Jacob que tuvo 12 hijos, el cuarto de los cuales (Judá) fue profetizado que traería al supremo/definitivo Descendiente, o Simiente: Jesús (Gén. 49:8-12; cf. Gál. 3:16). Por supuesto, Jesús no tuvo hijos ni hijas, al menos no físicamente. Pero como el Hijo único de Dios, fue enviado por Dios Padre para santificar a un pueblo y llamarlo hermanos (Heb. 2:11-13). Dios adopta a todos los que confían en Su Hijo, y por lo tanto los llama Suyos (Rom. 8:15; Gál. 4:5; Efe. 1:5)—aquellos que invocan específicamente a Jesucristo para la salvación. Estos son la verdadera "descendencia de Abraham" (v. 16; cf. Rom. 4:11, 16-17)—todos los que confían en Jesús para la salvación (Gál. 3:29). Así como Abraham le "creyó a Dios", Dios contándoselo como justicia (Gén. 15:6), así también nosotros creemos en Dios para que se nos acredite justicia—tanto para judíos como para gentiles. ¡Eso es la salvación! Y es lo que realmente implica ser descendencia de Abraham. Es a esta "descendencia" a quien Jesús le da ayuda, porque son sus hijos.

El v. 17 resume todo el asunto diciendo que Jesús "tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo". Esto significa que Jesús realmente se obligó a ser como la humanidad. Al hacerlo, se convirtió en nuestro Sumo Sacerdote, lo que significa que Él puede representar a la humanidad ante Dios, ya que se hizo como nosotros. Y así como el sumo sacerdote en Israel ofrecía la sangre de toros y machos cabríos para expiar el pecado, Jesús ofreció Su propia sangre como una "propiciación" (gr. hilaskomai) por los pecados del pueblo. La palabra significa "satisfacer". Jesús satisfizo así la ira de Dios ofreciéndose a Sí mismo por el pecado de parte del hombre. Él apartó la ira de Dios de los pecadores al convertirse en pecado, a pesar de que Él era sin pecado (cf. 2 Cor. 5:21). Él fue tentado en todos los sentidos como hombre para poder empatizar con el hombre.

Algo para reflexionar

Lo que Jesús hizo en el pasado es maravilloso porque tiene ramificaciones actuales. Su muerte continúa expiando nuestros pecados—¡todos los días! Y Él sabe exactamente cómo nosotros sufrimos y soportamos tentación porque Él también sufrió. Jesús sintió nuestros dolores más profundos porque Él ha estado allí, habiendo sido tentado, traicionado, y torturado. Notamos también en el v. 18 que dice: "es poderoso para socorrer a los que son tentados". Esta frase significa "correr al llanto de un niño". ¡Qué apropiado! Cuando lloramos, Cristo nos escucha y nos siente. ¡Luego corre hacia nosotros!