La orden para reconstruir Jerusalén

Daniel 9:25: Has de saber y entender que desde la salida de la orden para restaurar y reconstruir a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas; volverá a ser edificada, con plaza y foso, pero en tiempos de angustia.

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En este pasaje el ángel Gabriel le está hablando a Daniel en el año 539 a. C. Dios, a través de Gabriel, predijo el mismísimo día del que habla Marcos 11:1, a saber, la entrada de Jesús en Jerusalén. Su primer asunto a tratar tiene que ver con una orden para restaurar y reconstruir Jerusalén. Esto es importante porque en el momento de la profecía de Daniel, Jerusalén y su Templo estaban en ruinas. Se necesitaba esperanza para su restauración, por lo que Dios decretó que fueran reconstruidos por el rey persa Artajerjes, quien ordenó su restauración el 5 de marzo del año 444 a. C. Nehemías asumió la tarea (Neh. 2:1-8). El Templo ya había sido restaurado para entonces, completado en 516 a. C. por Zorobabel (Esd. 6:14-15). Ahora, después de regresar del exilio en Babilonia, los judíos querían que su ciudad fuera restaurada, y Artajerjes, el rey reinante del Imperio Persa, les dio permiso para hacerlo.

Nótese que, desde la salida de la orden para reconstruir Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, hay un marco de tiempo específico que es dado. Esto significa que una vez que la orden saliera en el año 444 a. C., comenzaría la cuenta regresiva hacia el Mesías. El pasaje dice que habría "siete semanas y sesenta y dos semanas". En el texto hebreo, "semanas" es traducido literalmente "sietes", y desde el contexto de la profecía estos "sietes" se refieren a semanas de años, no a semanas de días. Siete-sietes equivale a 49 años; más sesenta y dos sietes resulta en 434 años para un total de 483 años. Traducción: habría 483 años desde el 444 a. C., cuando salió la orden para restaurar Jerusalén, hasta el tiempo de Cristo. Esta profecía es importante porque revela que Jesucristo es ese Mesías prometido, ya que Él es el que hace encajar las matemáticas de la profecía de Daniel hasta el día exacto.

La historia ha demostrado que Daniel fue un verdadero profeta porque sus palabras se cumplieron. En primer lugar, Jerusalén fue reconstruida con "plaza y foso", lo que significa que fue completamente restaurada tanto por dentro como por fuera ("plaza" se refiere al interior de la ciudad; "foso" se refiere a su sistema de defensa exterior). El año en que esto ocurrió fue el 395 a. C., cumpliendo muy apropiadamente las primeras "siete semanas"—49 años después del 444 a. C. En cuanto al "Mesías Príncipe", Él vino después de las 62 semanas siguientes a las siete semanas—¡un total de 483 años después! Lo que lo hace complicado es el hecho de que el año judío era de solo 360 días en lugar del calendario actual de 365 días. Este problema se resuelve cuando los años se convierten en días y se cuentan en forma regresiva desde el año 444 a. C. El número total de días es de 173880 (483 x 360), y cuando se cuentan regresivamente a partir del 444 a. C., la fecha a la que se llega es el lunes, 30 de marzo, 33 d. C.—celebrado anualmente como Domingo de Ramos. Este es el día en que Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Por lo tanto, no puede haber duda de que Jesús es el Mesías.

Algo para reflexionar

¿Cuánta evidencia se requiere para que el mundo entienda que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Mesías, el segundo miembro de la Trinidad, el Salvador del mundo—el Cristo? La profecía de Daniel no deja duda alguna de que Jesús de Nazaret es quien dijo ser, Aquel de quien hablaron los profetas, y Aquel de quien los apóstoles dieron testimonio, es decir, el Cristo. El hecho de que la venida de Cristo se le dio a Daniel en el siglo VI a. C., con una exactitud del día específico, y que Jesús la cumplió, es una prueba adecuada de que Jesús es quien dijo ser. ¡Qué profecía tan asombrosa, por decir lo menos! ¡Y qué gran prueba es para aquellos que continuamente exigen pruebas!

Jesús dijo: "el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc. 10:15). Los niños creen lo que se les dice porque no son escépticos y son fácilmente moldeables. La profecía de Daniel demuestra que Jesús es de hecho el Mesías. Decirle esto a los niños de uno no es lavarles el cerebro, es la Verdad, ¡y es la verdad la que nos hace libres!