¿Hora de limpiar tu templo?

Marcos 11:15-19: 15 Llegaron a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas; 16 y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo. 17 Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones»? Pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. 18 Los principales sacerdotes y los escribas oyeron esto y buscaban cómo destruirle, porque le tenían miedo, pues toda la multitud estaba admirada de su enseñanza. 19 Y cuando atardecía, solían salir fuera de la ciudad.

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Jesús regresó a la ciudad el día después de llegar la primera vez, cuando en esa ocasión simplemente miró dentro del templo. Jerusalén estaba repleta de gente para la fiesta anual de la Pascua judía, por lo que es posible que Jesús ni siquiera se haya notado al principio. Peregrinos que viajaban de todas partes venían a hacer los sacrificios necesarios en el altar, pero debido a que la ley judía no les permitía traer sus animales de sacrificio desde lejos, los comerciantes del templo los proporcionaban por un precio. Esta práctica no solo era beneficiosa, sino bíblica. Los comerciantes, sin embargo, comenzaron a aprovecharse de la gente, y esto es a lo que Jesús se opuso. El comercio estaba controlado por la nobleza sacerdotal, que se beneficiaba enormemente a expensas de los peregrinos ordinarios. Algunas de estas personas necesitaban cambiar su dinero para usarlo en el templo, ¡pero la comisión por hacerlo en algunos casos era de hasta el 25%! Y a los que necesitaban comprar un cordero para el sacrificio a veces se les cobraba diez veces más de lo que normalmente costaría. Verdaderamente, el patio del templo estaba lleno de corrupción.

Además de esto, algunas personas, cargadas de mercancías, tomaban atajos a través del área del templo, y lo usaban como camino de acceso de una parte de la ciudad a otra. Esto trajo más confusión y caos a un área que se suponía que estaba dedicada a la oración y el culto. Sin embargo, Marcos hace especial mención de aquellos que vendían palomas, porque la paloma era uno de los pocos sacrificios que los pobres podían permitirse, y que Dios les permitió ofrecer en su pobreza (Lev. 14:22). Pero ellos también estaban siendo víctimas de los codiciosos comerciantes. Así que Jesús se lanzó al ataque.

Jesús citó dos textos como base para Su ataque a los mercaderes del templo. El primero es Isaías 56:7, donde les recuerda que el templo de Dios debía ser un lugar de adoración para todas las naciones. El segundo texto que citó fue de Jeremías 7:11, donde Jeremías condena la noción de que el templo proporciona protección a los judíos en su pecado. Por el contrario, Dios destruiría Su templo (Jer 7:3-15), y esto hizo a manos de los romanos unos 35 años después. Jesús estaba furioso por el hecho de que el templo de Dios estaba siendo utilizado como un lugar para obtener ganancias, en vez de un lugar de adoración.

Algo para reflexionar

Aunque nuestros cuerpos son llamados el nuevo "templo de Dios" (1 Cor. 6:18-20; Rom. 12:1-2), todavía adoramos en edificios que llamamos iglesia y "casas de oración". Sin embargo, éstos son simplemente edificios, porque no son como el templo judío donde estaba la presencia de Dios en los días de Jesús. El lugar donde habita el Espíritu Santo de Dios, y donde Él mismo está presente, es en el cuerpo de los cristianos. Nosotros somos el templo de Dios. Pero al igual que el templo que Jesús limpió furiosamente de sus corrupciones, nuestros cuerpos también se corrompen cuando llenamos nuestras mentes de inmundicia, buscamos egoístamente placeres inmorales, y fallamos en usar nuestros cuerpos para la gloria de Dios. Fue Martín Lutero quien llegó a odiar las indulgencias de su época—la supuesta compra y venta de la gracia de Dios. Su desdén por esta práctica marcó el comienzo de la Reforma Protestante, e hizo que la gente volviera al estudio de las Escrituras. Nosotros también debemos clamar hoy para que Cristo exponga nuestros pecados y nos limpie tal como lo hizo en el templo ese día. Solo entonces podremos cosechar verdaderamente las bendiciones eternas de Dios.