Romanos 8:1-2 --- Alabado sea Jesús por la libertad

Romanos 8:1-2: Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús… Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte.

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La palabra "ley" se usa dos veces en el v. 2, pero no en referencia a la Ley mosaica.  El primer uso, "ley del Espíritu de vida" o "ley del Espíritu que da vida" (NTV), habla de un principio general de operación, no de la Ley mosaica.  Pablo habla de estos principios en otros lugares, como en "la ley de la fe" (Rom. 3:27) y "la ley de Cristo" (Gál. 6:2).  Una vez más, estas "leyes" son principios, no referencias a la Ley mosaica.  Los creyentes en Cristo son salvados de la condenación que la Ley prescribe para pecadores al someterse a la "ley del Espíritu de vida".  En esto son liberados de la maldición de la Ley.  Después de todo, es la Ley la que no puede ser guardada, condenando a toda la humanidad como pecadores, producto de lo cual se ganan la muerte como su justo pago (6:23).  Se necesita una ley mucho mayor que la Ley para salvar, y esa ley es "la ley del Espíritu de vida"—el Espíritu dador de vida.

El Espíritu Santo es, por supuesto, el tercer miembro de la Trinidad.  Al hablar del Espíritu, Pablo le dijo a Tito que Dios "nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que Él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tito 3:5-6).  En Juan 3:5, Jesús dijo que "el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios".  Por lo tanto, es el Espíritu el que da vida a todos los que ponen su confianza en Cristo Jesús.  Entonces, el Espíritu concede vida, pero solo concede vida a través del segundo miembro de la Trinidad, Jesucristo.

El segundo uso de la palabra "ley" en el v. 2, la "ley del pecado y de la muerte", habla también de un principio, no de la Ley mosaica.  Uno podría interpretar el versículo como "el principio del pecado que lleva a la muerte".  Porque, en efecto, es el pecado el que lleva a la muerte—una ley universal para toda la humanidad.  Es el primer principio del Espíritu dador de vida que libera a los cristianos de la cautividad de la ley del pecado de la que Pablo habló en 7:23, a saber, "otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros".

Ahora bien, aunque el tiempo verbal en el v. 2, "te ha libertado", significa que los cristianos ya están libres de la ley del pecado y de la muerte a través de la fe en Cristo, esto habla de un estado de ahora y aún no.  Por supuesto, los cristianos están actualmente libres del pecado que lleva a la muerte a través de su primer padre Adán, y aunque todos morirán físicamente, vivirán eternamente con Cristo porque Él vive eternamente, y ellos son uno con Él.  Pero hasta ese día, continúan en la guerra entre la ley de sus mentes regeneradas y la ley del pecado en sus miembros (cf. 7:25).  En última instancia, Romanos 8:2 se refiere a la transferencia de una esfera a otra—del reino de la muerte a través de Adán al reino de la vida eterna en Cristo.  Esto se logra por el Espíritu dador de vida—la regeneración—por fe solamente en Jesucristo solamente.

Algo para reflexionar

La realidad de ser un cristiano, uno que recibe a Cristo como Señor y Salvador, es que somos liberados para siempre de la pena del pecado, y liberados de la condenación merecida que el pecado trae sobre nosotros.  Sin embargo, todavía estamos sujetos a la disciplina de Dios cuando pecamos: "porque el Señor al que ama, disciplina..." (Heb. 12:6).  Además, seguimos siendo responsables de un comportamiento santo: "No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará" (Gál. 6:7).  El poder del pecado en la vida de un cristiano, por lo tanto, aún persiste (cf. Rom. 7:14-25).  Pero la pena por el pecado, concretamente la muerte, ha sido pagada en su totalidad por medio de la muerte de Jesucristo.  Él es nuestro sustituto, y Su muerte califica como nuestra muerte—nuestro pago por nuestros pecados.  Toda gloria a Jesucristo por Su expiación sustitutiva a nuestro favor. ¡No hay condenación para nosotros ahora!